jueves, 7 de febrero de 2008

La Guerra de Cuba

Los intereses estadounidenses en Cuba se remontaban a varias décadas antes, pero fue en 1890 cuando las tarifas aduaneras provocaron un primer enfrentamiento con España.
Las inversiones que el incipiente imperio americano tenía en la isla ascendían a unos 50 millones de dólares, pero más importante fue la amenaza de boicotear el azúcar cubano, lo que habría supuesto la ruina económica de la isla.

La presión de las fuerzas políticas cubanas sobre España logró la firma de un tratado de reciprocidad en 1891. Los Estados Unidos compraban el 95 % del azúcar cubano y el 87 % del conjunto de las exportaciones

Colonia española desde su conquista a principios del siglo XVI, la Isla de Cuba tenía a finales del XIX cerca de un millón y medio de habitantes. Prácticamente desaparecida la población precolombina a causa, principalmente, de las epidemias traídas por los europeos, había sido necesario importar masivamente esclavos negros de Africa.
La esclavitud había sido abolida entre 1880 y 1886, pero la realidad económica de la mayoría de la población eran la pobreza y la indigencia. La administración colonial y la justicia que le servía estaban profundamente corrompidas.
Se crearon movimientos independentistas que reclamaron a España mayor autonomía en la gestión de la isla. Una reforma propuesta por el ministro español de Ultramar, Antonio Maura, avanzaba en este sentido pero fue bloqueada por los poderes constituidos.

En 1893, los Estados Unidos rechazaron el tratado de reciprocidad aduanera que habían firmado dos años antes, lo que provocó la caída del precio del azúcar y consecuentemente el abandono de las cosechas. Los obreros de las plantaciones perdieron sus trabajos.
Así las cosas, el clima era idóneo para el propósito económico-político de la maniobra: desde su exilio en Nueva York, José Martí ordenó al Partido revolucionario cubano iniciar el levantamiento. Era el 29 de enero de 1895.

El Caciquismo

El caciquismo se consolidó en España durante la Restauración (1874-1923). Los caciques se encargaban de controlar los votos de todas las personas con capacidad de voto de su localidad, lo cual era la base de la alternancia política que la Restauración demandaba. Los caciques son personas con poder económico, que cuentan con un séquito (gente que trabajan para él) formado por grupos armados, capaces de intimidar a sus convecinos que saben que si las cosas no transcurren según los deseos del cacique pueden sufrir daños físicos.
El
régimen liberal español estuvo en todo momento, hasta la ruptura que significó la Segunda República, y salvo breves y dudosos períodos intermedios, dominado en cuanto se refiere a los procesos electorales por el fraude y el abstencionismo generalizados. El caciquismo era, además de un sistema de estructuración de la sociedad nada igualitario, una vía para poner en relación al mundo urbano, donde se tomaban las decisiones políticas, con el rural, es decir, con la mayor parte del país. A través de las clientelas caciquiles llegaba hasta los lugares más recónditos de la geografía española algo parecido a la autoridad.


FUNCIONAMIETO

Las elecciones en España estuvieron marcadas por el fraude, que por sí mismo tenía la suficiente importancia como para haberse constituido en la encarnación misma del sistema político. Unos mecanismos fraudulentos que empezaban por la manipulación del censo electoral, en el que aparecían enfermos, difuntos e individuos desconocidos, cuyos votos eran aprovechados por quien demostraba mayor habilidad en la suplantación y la duplicación de sufragios.


LA CRISIS DEL SISTEMA

Durante el reinado de Alfonso XIII el sistema político y social que el caciquismo representaba fue motivo de escándalo para muchos. Pero las relaciones de poder descritas duraron hasta por lo menos los comienzos de la cuarta década del siglo XX.

Hubo momentos en que parecía que la opinión pública iba en efecto a romper el círculo político oligárquico, como cuando se implantó el sufragio universal (1890), en la crisis colonial (1898) o en la última etapa del período, cuando se descomponían los partidos del turno, pero todas las esperanzas quedaron defraudadas. La impotencia que sentían los que deseaban un cambio político sustancial explica parcialmente la aceptación del golpe de estado del general Primo de Rivera, en cuyo programa figuraban de forma preferente el fin de la viejo política y la regeneración del país.